REFLEXIONES
Diciembre 24 de 2023 Domingo IV del Tiempo de Adviento Ciclo B.
Saludo fraterno, familia y amigos.
Podríamos pasar el resto de nuestra existencia profundizando el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y lo que esto significa para mi vida y la humanidad, sin embargo, apenas lograríamos profundizar algunos puntos muy pequeños. Es algo absolutamente desbordante. No por ello vamos a decir que entonces lo mejor es no intentarlo, al contrario, tenemos una veta hermosa para profundizar la hermosa esperanza que Dios nos ha regalado para siempre.
David, rey de Israel, vive en un espléndido palacio y el arca de la Alianza en una “tienda de campaña”, sí, en una carpa, pues el pueblo había sido errante por décadas en su historia; así que David se propone construir una “casa”, un templo para el arca, signo de esa presencia de Dios en medio de su pueblo, construir una “casa” para Dios.
La respuesta de Dios, como siempre, es hermosa, paternal, eterna. Vale la pena releer detenidamente la primera lectura (2 Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a.16). Dios le recuerda a David su historia, lo que Él ha obrado en su vida y además le reitera su presencia con una promesa eterna. En últimas, es como si Dios le dijera, “No, tú no me construirás a mí una “casa”, yo la voy a construir y habitaré en ella para siempre”. Esa casa es una dinastía, pero más allá de ello es el lugar que Dios va a construir y en donde Él va a habitar para siempre; pero no solamente va a habitar, sino que la construye porque allí también ha decidido y quiere morar para siempre. Esa promesa la vieron cumplida, por unos siglos, en Salomón, esplendor y cúspide de la monarquía en Israel.
El anuncio del ángel a la Santísima Virgen María nos muestra la realidad del niño que nacerá: “Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”. Los primeros cristianos vieron que esa promesa de Dios se cumplía realmente en Jesucristo, de la dinastía de David, y en quien Dios establece su Reino para siempre en el mundo.
Avancemos un paso más. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Ahora, no solo eso; Dios decidió Encarnarse, hacerse carne, hacerse uno de nosotros y en últimas, con ello, Dios nos diviniza. Dios construyó su casa, la humanidad, para habitar en ella y caminar, permanecer, para siempre con el hombre. Jesús va a nacer y en Él cumple de manera desbordante su promesa: En Él es Dios con nosotros, pero en nosotros habita, ya no en una carpa sino en el corazón de cada ser humano. Que hermoso horizonte y alegre esperanza. Amén.
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Miguel Angel Cortes