REFLEXIONES

Febrero 04 de 2024 Domingo V del Tiempo Ordinario (T.O.) Ciclo B

Saludo fraterno, familia y amigos.

En un mundo sin Dios es fácil caer en la tentación del pesimismo, la fatalidad y el sinsentido de la vida. Muchas veces el hombre busca subsanar las carencias que estas realidades producen, a través de un ateísmo práctico, una sociedad de consumo, una búsqueda ambiciosa por el éxito material, etc. Luego de esta espiral, el hombre llega al punto de, quizás tomar conciencia o reconocer que ninguna de estas realidades le ha dado una respuesta real, viva y valedera a esas profundas preguntas que habitan en su corazón. Pareciera que las tinieblas se han apoderado del corazón y la amargura por una vida sin sentido se va anidando y solo resta esperar que todo pase, que todo termine; sin esperanza, sin una trascendencia más allá de este mundo pasajero.

 

Es la realidad en la cual Dios se encarna, nos envía a su Hijo Jesucristo. Es la realidad en la cual Dios en su Hijo nos anuncia su salvación. En el Evangelio de hoy se nos muestran estas escenas en las cuales Jesús es un permanente peregrino, recorre las sinagogas, anuncia el Reino de Dios, la Buena Noticia de la Salvación. Parte de ese anuncio son los signos de la presencia del Mesías, signos del Reino de Dios, de la salvación que llega en su enviado Jesucristo. La narración “Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios” es la narración de la salvación en acción, así como el “vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.  Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”.

 

Es la presencia de Jesús que anuncia la salvación de Dios a los hombres, presencia de Jesús por cuya palabra y poder, sana y expulsa demonios. No es otra cosa que la liberación del hombre de los poderes maléficos que le impiden ser lo que Dios quiere y espera que sea.

 

San Pablo, cuestionado por la propia comunidad, reafirma su misión de anunciar el Evangelio. En el contexto, “Evangelio” no significa los libros de los cuatro Evangelios como los conocemos hoy en día, no; para Pablo el anuncio del Evangelio hace referencia al anuncio de una persona, Jesucristo vivo y resucitado, Evangelio del Padre, el anuncio de esa experiencia de Cristo que le transformó su vida para siempre. Ese anuncio es también para nosotros hoy, para el hombre de hoy. Ese anuncio es la respuesta a la situación que nos muestra Job en la primera lectura, un sufrir sin trascendencia y sin esperanza; es la respuesta a la realidad del mundo que expusimos en nuestro primer párrafo; ese anuncio es la salvación de Dios que también es para todos nosotros, hoy.

 

La salvación ni es automática, ni es en masa; es decir, sin libertad, sin identidad, sin decisión; no es una salvación tampoco aleatoria, al azar, no. Es una salvación para todos, es un anuncio para cada hombre, con nombre propio, con una libertad que Dios respeta, con una llamada, con una respuesta de parte nuestra que Dios aguarda. Una salvación que transforma para siempre la vida, sin tener la más mínima idea de los alcances que ella tiene en nuestra existencia ni los caminos inimaginados por los que llega y que solo Dios conoce.

 

Pidamos la gracia de reconocer a Cristo, salvación del Padre, en nuestra vida, escucharlo, amarlo, seguirlo y dar la vida por Él en nuestra vida diaria. Ese será también nuestro anuncio del Evangelio, la Buena Noticia de la salvación para todos, hoy. Amén.

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Miguel Angel Cortes