REFLEXIONES

Febrero 11 de 2024 Domingo VI del Tiempo Ordinario (T.O.) Ciclo B

Saludo fraterno, familia y amigos.

En algún momento compartíamos que toda la revelación y el mismo camino de la fe, en muchas ocasiones lo vemos como algo novelesco, romántico, algo dado por descontado; situaciones a las que nos vemos ajenos por el contexto tan diverso al nuestro. Situaciones que estamos llamados a leer, meditar, contemplar y orar con ellas.

 

Les invito para que profundicemos e imaginemos la situación de una persona dentro del pueblo de Dios, con una afección de la piel, en aquel contexto que nos muestra la primera lectura de este domingo (Levítico 13, 1-2. 44-46).

 

El leproso:

  1. La autoridad religiosa, el sacerdote, lo declaraba impuro.
  2. Debía andar harapiento, despeinado, con la barba tapada.
  3. Andaría también gritando su condición: ¡“impuro, impuro”!
  4. Vivía solo y
  5. Fuera del campamento.

 

En la mentalidad de la época, una enfermedad era asociada al pecado. Nadie podía tocarlo porque entraba en un estado de impureza también, es decir, al margen del culto a Dios; pensemos como en una exclusión de la comunidad cultual, nadie quería algo así. Un leproso, era un marginado y excluido social, destinado al aislamiento y la soledad, señalado, harapiento, día tras día sintiendo que su situación era un castigo por un pecado cometido, sintiendo que Dios imponía un destierro del entorno familiar, social y cultual. ¿Podemos detenernos a pensar un poco en una situación así? ¿La soportaríamos? ¿Cuáles serían mis sentimientos? ¿Qué esperanza tendría hacia el futuro?

 

En el Evangelio, el leproso viola la ley, rompe el aislamiento que la ley le impone y se acerca a Jesús, de rodillas le suplica con una humilde fe: “Si quieres puedes limpiarme”. Ante esta situación, Jesús no es indiferente, siente lástima no simplemente de la enfermedad a la vista; es la compasión de Jesús por toda la situación de exclusión que vivía este hombre y lo redime, lo rescata de aquella mazmorra en la que se encontraba. Jesús también viola la ley, lo tocó, y curándolo le concede la salvación de la condena a la cual estaba sometido en su vida. No fue solamente el curarlo de la enfermedad de la lepra, fue el salvarlo, rescatarlo de la situación de vida a la que estaba sometido. Es la salvación que Jesús realmente trae al mundo a través del Reino de Dios, una salvación de situaciones que encajan al hombre y que limitan su dignidad, su ser y su libertad.

 

Aunque Jesús le pide que no divulgue el hecho y que se presente para el testimonio “oficial” ante la autoridad religiosa; aquel hombre no puede ahogar en su corazón la salvación que ha recibido y a cambio de ir a un trámite “legal”, su vida se torna en una alabanza y acción de gracias ante los hombres, por lo que Jesús había hecho en su vida.

 

Quien ha librado a este hombre de la marginación se verá también en una situación similar, “Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”; su situación se irá profundizando más y más, hasta asesinarlo. Pero el final de la historia ya la conocemos.

 

Dios nos ha regalado la salvación de toda marginación en su Hijo Jesucristo, marginaciones maquinadas muchas veces por la misma humanidad o los sistemas mismos que buscan solamente intereses egoístas, el poder o el dinero fácil. Jesús, es nuestra salvación y liberación de las mazmorras del mundo de hoy. Una salvación en acción, que camina a lo largo de la historia, nuestra propia historia, camina a nuestro lado a lo largo de la vida.

 

Pidámosle a Nuestro Dios y Señor, también de rodillas, la gracia de su salvación y que, reconociéndola en nuestra vida, buscando también el bien de los demás como nos lo dice San Pablo en la segunda lectura, salgamos al encuentro del mundo y la humanidad en una acción de gracias y alabanza a quien es el Redentor de todas las cadenas, limitaciones, exclusiones y esclavitudes. Amén.

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Miguel Angel Cortes