REFLEXIONES
Abril 21 de 2024 IV Domingo de Pascua Ciclo B
Saludo fraterno, familia y amigos.
Hemos compartido que desafortunadamente en ocasiones se ha comprendido la salvación como algo que Dios regala al hombre de manera automática y que Él actúa por encima del querer del hombre aunque no halla un compromiso de su parte. Es como pedir a Dios que me salve en una piscina gigante pero sin tener que nadar, a pesar de saber nadar. No, la salvación requiere el concurso, la participación del hombre.
En la primera lectura se nos anuncia que “Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro” (Hch 4,12).
En la segunda lectura el apóstol San Juan nos lleva un poco más profundamente en la realidad de la salvación, recordándonos que no solo somos llamados hijos de Dios, sino que lo somos; es decir, no es solamente un título sino una realidad en nosotros por el bautismo: Dios nos ha reconocido y somos sus hijos.
El Evangelio nos presenta el título de Jesús como “El Buen Pastor”, que conoce la ovejas, las llama por su nombre, ellas conocen su voz y da la vida por las ovejas; guía y protege el rebaño.
Uniendo un poco estas realidades salvíficas podemos concluir: Dios nos ha regalado la salvación en su Hijo Jesucristo, quien nos da su vida, una vida que no es simplemente la vida natural, no; es la vida en plenitud, la vida de Dios, la vida eterna. Esa salvación se inicia “sacramentalmente”, “oficialmente” en el bautismo. Siendo hijos de Dios, llamados a unirnos más y más a su Hijo Jesucristo, en una obediencia en la fe y un vivir su Evangelio. Es la respuesta del hombre, llamado a ponerse en camino, llamado a responder a esa vida que Dios regala al hombre en su Hijo Jesucristo. Cuando decimos “regala”, quiere decir, sin nada a cambio de antemano, sin mérito alguno de nuestra parte; pero luego de dar esa salvación, Dios espera de nuestra parte el ponernos en camino, responderle en un camino de fe y de amor.
A ejemplo del Maestro, también estamos llamados a ser buenos pastores, apacentar el rebaño, dar también la vida por amor. Amén.
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Miguel Angel Cortes