REFLEXIONES
Agosto 11 de 2024 XIX Domingo del Tiempo Ordinario (T.O.) Ciclo B
Saludo fraterno, familia y amigos.
Elías, profeta de Dios, ha hecho graves denuncias en contra de falsos profetas y cultos paganos que habían invadido el reino de Israel; pero ahora tiene miedo, huye, solo, haciendo sus jornadas por el desierto en una suerte de cansancio extremo y el deseo de morir. En una de sus jornadas pide a Dios la muerte, se duerme como un preludio de la misma. Sin embargo, el ángel de Dios lo despierta y dos veces le alienta a que coma el alimento dado por Dios, con el cual es capaz de continuar su peregrinar. El texto nos indica que “con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el monte de Dios”. La expresión “cuarenta” nos remite, nos refiere a varios elementos: La experiencia de Moisés, el peregrinar durante cuarenta años del pueblo por el desierto, la vida completa del profeta; con el alimento de Dios, tuvo las fuerzas para todo su peregrinar terreno y llegar hasta el Horeb, el monte de Dios, el regreso a casa.
Experimentamos lo mismo en nuestra vida. Vamos en un peregrinar que parece agotar nuestras fuerzas, las circunstancias de la vida en ocasiones nos roban la paz, el deseo de continuar, el dolor nos puede llevar a perder la esperanza en nosotros mismos, en el futuro, en una vida plena, feliz, perder la esperanza en Dios.
San Pablo nos recuerda que hemos sido consagrados, marcados con el sello del Espíritu; Dios nos ha reconocido como sus hijos en su Hijo Jesucristo, y Él mismo ha dado su vida por nosotros, por nuestra salvación. Motivos de sobra para llevar adelante una vida centrada y polarizada por el amor, evitando la amargura, ira, enfados, insultos y toda clase de mal. ¿Es eso posible?
Jesús, siguiendo el capitulo 6 del Evangelio de San Juan en estos domingos, nos manifiesta que “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día”. Esto indica que solamente por la fe tenemos el verdadero don y acceso a Cristo, la fe es un regalo, don de Dios que nos atrae hacia Jesús. Sin la fe no es posible la vida sobrenatural, en plenitud y de salvación que Jesús nos ofrece.
Jesús, aceptado en la fe, es el alimento que asegura la vida íntegra, imperecedera, sin ocaso, la vida divina. En Él podemos pensar la vida sin miedos, una vida hacia la plenitud de la felicidad y la inmensidad del amor.
Si Jesús nos anuncia que Él es la vida eterna, que en su seguimiento nos da la resurrección en el último día, entonces podemos pensar que solamente en Él hay un futuro, llamados a esforzarnos por vivir plenamente, siempre esperando en Dios. Siempre, siempre habrá futuro y siempre habrá esperanza en Jesucristo, porque Él Resucitó.
Es la Eucaristía, el signo por excelencia, el pan que es Cristo, bajado del cielo, Palabra hecha carne para la vida del que cree en Él; alimento que renueva nuestras fuerzas para seguir adelante en esta travesía por el mundo, en medio de las circunstancias que nos depare la historia, hasta el regreso a casa, la Pascua, la eternidad, desde donde Dios nos comunicó la vida y a donde realmente pertenecemos, ciudadanos del cielo.
Amén.
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Miguel Angel Cortes