REFLEXIONES

Septiembre 08 de 2024 XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (T.O.) Ciclo B

Saludo fraterno, familia y amigos.

¿No hemos experimentado en ocasiones que el miedo, las limitaciones, emociones negativas, marginaciones, angustias, depresión, enfermedades, situaciones o pensamientos que consideramos sin salida, oprimen nuestra existencia y la del hombre en general?

 

La primera lectura es un hermoso anuncio de salvación que Dios obra por la humanidad. El desierto, el mar, son en la Sagrada Escritura en ocasiones un signo de muerte, lugares donde no hay esperanza ni salvación. Es allí, en el desierto, donde brota la vida; donde el hombre no ve sino una situación opresora y de limitación, Dios hace brotar la salvación y la vida.

 

Pero la salvación de Dios es infinitamente arrolladora, transcendental, “Porque no son mis pensamientos sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos – oráculo de Yahveh-” (Isaías 55,8). Muchas veces pensamos en una salvación mágica, instantánea, material, a nuestra medida; pero la salvación de Dios va infinitamente más allá de nuestro querer o pensar. Es por eso que el anuncio “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará” de la primera lectura, es el signo de esa salvación venidera.

 

Ahora bien, en el Evangelio Jesús va a tierra hostíl a la fe, tierra de paganos, no hay límites para la salvación de Dios y allí, le llevan a un hombre que no puede ni escuchar ni hablar. El milagro de Jesús es también el signo de que esa acción salvadora de Dios, anunciada en la primera lectura, se hace presente y real en Él para la humanidad y para nosotros hoy.

 

Ahora vayamos más allá de lo físico. El milagro es también el que Dios cure nuestra sordera para que escuchemos su Palabra y transformada nuestra existencia por su salvación, también nosotros, lo proclamemos en medio de las realidades del mundo. Parte de esa salvación y proclamación es con nuestra vida, abandonando progresivamente los estandares evaluativos del mundo; el dinero, el poder, la opulencia, el “tener favoritismos y juzgar con criterios torcidos” (2ª. Lectura).

 

Para todo esta realidad salvadora, lo hemos dicho, es necesaria la fe, la respuesta del hombre a la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo. Él abra también nuestros oídos a su Palabra salvadora, a su Evangelio, para que también, luego de experimentar su salvación, lo anunciemos al mundo. Amén.

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Miguel Angel Cortes