REFLEXIONES
Febrero 2 de 2025 Fiesta de la Presentación del Señor
Saludo fraterno, familia y amigos.
En el Pentateuco, los libros de la ley, la Torá, estaba establecido que la mujer que diera a luz un varón quedaría impura durante siete días; al octavo día el niño era circuncidado, pero la madre permanecería en casa treinta y tres días más purificando su sangre. Cumplidos estos cuarenta días, se presentaba al sacerdote para ofrecer un sacrificio de expiación y quedar purificada.
Así nos lo narra el Evangelio de este domigo, Lucas 2, 22-40. María y José van al templo a cumplir con la ley del Señor. Aunque la fiesta la enunciamos como la presentación del Señor en el templo, como cumplimiento de la ley por parte de sus padres, yo pienso que es más la presentación que hace Dios de su Hijo como luz del mundo. Es en este contexto donde Simeón pronuncia esta alabanza:
“Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar que tu siervo muera en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel”.
Simeón ve cumplida la promesa que Dios le había hecho de no morir sin antes ver al Mesías y él lo reconoce en el niño que traen en brazos, pero también lo reconoce como la luz de las naciones. Por esta razón es también llamada la fiesta de las candelas o el día de la Candelaria. Es en este día donde tiene todo el sentido llevar velas o cirios a la procesión que antecede a la celebración eucarística.
“El día de la Presentación del Señor los fieles salen a su encuentro con velas en sus manos y aclamándolo, a una con el anciano Simeón, quien reconoció a Cristo como «Luz para alumbrar a las naciones».
Instrúyase, pues, a los fieles para que en toda su vida procedan como hijos de la luz, porque ellos deben mostrar a todas las personas la luz de Cristo, hechos ellos mismos lámparas encendidas en sus obras”. (Ceremonial de los Obispos, # 241).
Somos llamados por Dios en su Hijo Jesucristo; Él es la luz de las naciones, la luz que disipa las tinieblas del pecado, del egoísmo, del orgullo, de la muerte. Jesús, es el Salvador, el Mesías esperado por los siglos, el enviado por el Padre para iluminar el mundo con su salvación para siempre.
Pidamos a Dios su gracia para que reconozcamos su luz de salvación presente en nuestra vida, salvación que atraviesa cada circunstancia de nuestra vida y trasciende hasta la eternidad. Amén.
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Miguel Angel Cortes
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
Lucas 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada, y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.