REFLEXIONES

Febrero 23 de 2025 VII Domingo del Tiempo Ordinario (T.O.) Ciclo C

Saludo fraterno, familia y amigos.

  • 1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23
  • Salmo 102, 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13.
  • 1 Corintios 15, 45-49
  • Lucas 6, 27-38

 

Saludo fraterno, familia y amigos.

 

Pienso que el eje de las lecturas de hoy lo podemos ubicar en la 2ª. lectura, en donde el Apóstol San Pablo está concluyendo su reflexión en torno a la resurrección de los muertos. En esa misma dinámica ubicamos al  primer hombre: Adán, de tierra, quien recibió el aliento de vida, una vida terrena, sometida posteriormente a la herida del pecado y todas las consecuencias que podemos enunciar. El “segundo” Adán, celestial, es Cristo, Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, quien nos da su Espíritu, vida divina, vida eterna. En el creyente están presentes estas dos realidades, la terrena, mortal y la espiritual, eterna.

 

El hombre en su dimensión terrena y mortal está sometido a la tentación y a la fuerza del pecado; con las manifestaciones como el egoísmo, el orgullo, el odio, la ambición, el afán de dinero fácil, el poder, las posesiones, los anhelos de venganza, resentimientos, vanagloria, etc.

 

Dios nos ha rescatado, nos ha salvado, nos ha liberado, por la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, de esa sumisión, de esa prisión del pecado y de la muerte; nos ha regalado la nueva condición de ser sus hijos en su Hijo Jesucristo.

 

El aceptar el llamado de Cristo a ser sus discípulos, implica una tarea para cada uno de nosotros, para cada creyente: El ir creciendo en los diferentes aspectos de la fe con el fin de que el nuevo hombre, espiritual, vivificado por el Espíritu del Resucitado, vaya guiando mi vida por los valores y realidades del Reino de Dios e ir socavando ese hombre terreno que se quiere imponer por el pecado y la muerte.

 

En la primera lectura, David tiene la tentación de terminar con la vida de su enemigo, asesinándolo con su propia lanza, pero su nobleza y grandeza lo hacen desistir y le demostrará a Saúl que pudiéndolo matar, no lo hizo.

 

En el Evangelio Jesús nos presenta el ideal para el creyente, para ese hombre espiritual, reflejo de la grandeza y misericordia divina para todos los hombres y por ello nos invita a sus discípulos a:

 

  • Amar al enemigo.
  • Hacer el bien a los que nos aborrecen.
  • Bendecir a quienes nos maldicen.
  • Orar por quienes nos difaman.
  • Presentar la otra mejilla.
  • Hacer el bien y prestar sin esperar recompensa.
  • Tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros.
  • Si amamos sólo a los que nos aman, ¿qué hacemos de extraordinario? También los no-creyentes sólo aman a quienes los aman.
  • Ser misericordiosos, como Dios Padre es misericordioso.

 

Es tarea diaria en nuestra vida, el discernir cómo ir creciendo en la vivencia de este ideal que nos presenta Nuestro Señor Jesucristo, para ir creciendo en su seguimiento, ir resucitando con Él, para que un día nos veamos resucitados por su gracia a la vida en plenitud, la vida eterna.

 

En la tarea por acercarnos a estos ideales es necesario, por supuesto, tener presente el amor a nosotros mismos; amamos a los demás pero también estamos llamados a amarnos a nosotros mismos. Allí tenemos el criterio de discernimiento que nos regala el mismo Señor para que podamos crecer de manera correcta en su seguimiento. La gracia del Resucitado nos acompañe en este caminar para que muertos con Cristo al pecado, resucitemos también con Él a una vida nueva, en el Espíritu, que Él mismo nos ha regalado y nos vivifica hasta la eternidad (Gálatas 5, 16-26).  Amén.

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Miguel Angel Cortes 

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas

Lucas 6, 27-38

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.

Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos’’.