REFLEXIONES
Marzo 30 de 2025 IV Domingo de Cuaresma Ciclo C
Lecturas del día
- Josué 5, 9a. 10-12
- Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7
- 2 Corintios 5, 17-21
- Lucas 15, 1-3. 11-32
Saludo fraterno, familia y amigos.
Gigantescas las lecturas de este domingo, las cuales podemos unirlas a través de un hilo conductor para nuestra reflexión: el amor de Dios por su pueblo, por cada hombre y la reconciliación que Él mismo ha obrado.
El Evangelio nos presenta una de las páginas más bellas de la Revelación Bíblica: La Parábola del Hijo Pródigo. No sabemos cuántos libros, artículos y comentarios se han escrito a lo largo de la historia en torno a ella. Es quizás la imagen que mejor retrata la situación del hombre ante el mundo y ante Dios. El hombre que piensa será libre lejos de su padre y su casa, será feliz a sus anchas, se va lejos; pero se harta de lo que el mundo llama “todo”, encontrándose aislado, con el vacío que deja lo material, con un hambre de sentido para vivir y una necesidad de no sólo ser amado sino de vivir el amor a través del servicio.
Este hijo decide regresar a la casa a donde realmente pertenece y de la nunca debió salir; pero no regresa por amor o libremente; como nos lo enseñara sabiamente el papa Benedicto XVI en una de sus catequesis, regresa por un interés egoísta, quiere volver para sentir, nuevamente, satisfecho su estómago.
El versículo 20 me parece una escena absolutamente emocionante y desbordante de amor: “Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”.
Es el retorno del hombre al amor de Dios, pero es también el amor de Dios que aguarda por siempre nuestro regreso a sus brazos; es el amor de Dios que no pregunta, no reclama, no rechaza, no cuestiona, no nos hace un pleito por lo sucedido. Es Dios, que solamente redime por el camino del amor.
El hijo que regresa ha preparado unas palabras pensando en que será tratado no como el hijo que lo malgastó todo, sino como un empleado de su padre y tendrá derecho a la comida que recordaba sobraba para sus trabajadores.
Este hijo, no conocía realmente a su padre, ni su amor. El hijo se encuentra con el abrazo incondicional del amor eterno, con el beso amoroso y rebosante de alegría; el hijo perdido, el hijo que había muerto ha regresado. Este hijo se encuentra con que es redimido de su situación, no como trabajador, no, es rescatado; y el padre le restituye su dignidad de hijo; el mejor vestido, un anillo, calzado y un gran banquete para celebrar el retorno, el triunfo del amor, la verdad y la vida.
El otro hijo, satisfecho de sí mismo y del cumplimiento frío y obediente de la ley, no encuentra ni compasión ni amor en su corazón; por eso el rechazo del festejo.
¿Qué personaje soy? ¿El hijo pródigo que no ha regresado? ¿El hijo que piensa es feliz lejos de Dios y sintiendo hambre de amor, de sentido, de paternidad, de plenitud? ¿El hijo restablecido por el amor eterno del Padre? ¿El hijo mayor que se vanagloria de sí mismo por cumplir y obedecer la ley, pero sin haber experimentado el amor?
La segunda lectura es otro de los fundamentos bíblicos del sacramento de la reconciliación; es Dios mismo quien nos invita a regresar, es Él quien nos reconcilia, quien nos ve a lo lejos y corre a nuestro encuentro para cubrirnos con su amor, pero no solo cubrirnos, también para transformarnos desde nuestro interior por el poder del amor que todo lo redime. El sacramento de la reconciliación; el espacio espiritual en el que puedo experimentar el amor infinito de Dios, que me revela mi verdad: soy un pecador perdonado, un hombre redimido, un hombre que he sido amado por Él desde la eternidad y para siempre, sin merecerlo. Solamente desde el amor y la misericordia de Dios puede el hombre vivir y soportar esta verdad.
Es así como Dios nos revela renovadamente su amor y misericordia de una manera muy concreta en nuestro vivir. ¡Qué mensaje más hermoso! El amor y la reconciliación: “Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios” 2 Cor 5, 20. Por eso la insistencia a acercarnos, en este tiempo de la Cuaresma, al sacramento de la confesión; en ese caminar espiritual reconocemos nuestro pecado, nos ponemos en camino de regreso a casa, al amor del Padre, allí Dios nos recibe con su amor y nos resucita, para celebrarlo en la Pascua: “este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado” Lucas 15, 32. Amén.
* * * * * * * * * * * *
Miguel Angel Cortes
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.