REFLEXIONES
Abril 27 de 2025 II Domingo de Pascua Ciclo C
Lecturas del día
- Hechos 5, 12-16
- Salmo 117, 2-4, 22-24, 25-27a
- Apocalípsis 1, 9-11a, 12-13, 17-19
- Juan 20, 19-31
Saludo fraterno, familia y amigos.
No nos alcanzará la vida para profundizar y tratar de comprender el misterio de la Resurrección de Jesus de Nazareth. Les invito para que hoy contemplemos dos elementos:
- La presencia del Resucitado.
- La finalidad del Evangelio.
El evangelio de hoy nos habla de una comunidad encerrada por ella misma, con las puertas trancadas, una comunidad que tiene miedo. Es en medio de esa circunstancia particular en la que Jesús se presenta, se puso en medio, les regala la paz y el Espíritu en orden a la misión y para el perdón de los pecados. Esa comunidad encerrada por el miedo a correr la misma suerte del Maestro en la cruz, recibe la presencia de Cristo, se llena de alegría, experimenta al Resucitado y no solo la historia, sino el futuro se ve modificado para siempre.
Podemos retomar la 1ª. lectura, para descubrir cómo esa comunidad pasa a ser muy diferente en medio del pueblo y en la misión que empieza a desarrollar, enviada nuevamente, ahora, por el Resucitado.
No nos pasa acaso que las circunstancias nos acobardan?
El mundo, siempre queriendo matar al está comprometido por obrar con justicia;
queriendo sacar del camino al que es honrado en su administración;
queriendo silenciar al que busca la verdad y con ella denuncia lo que esta mal;
el mundo afanado por el dinero fácil y el poder,
con los deseos siempre de dominar y explotar a los demás;
el miedo y la incertidumbre por un futuro que quisiéramos saber y controlar,
el miedo ante los retos que se presentan en tantas facetas de la vida,
el querer mejor encerrarnos para no tener que lidiar con nada de ello.
No fuimos creados para estar encerrados, ni aislados,
no fuimos hechos para poner cerraduras a la vida sino para construir puentes y conectarnos,
no fuimos creados para el miedo,
no fuimos creados para estar amarrados a un puerto atemorizados por las tempestades del mar,
Dios nos creó para navegar por los mares de la vida; y nos regaló la fe para enfrentar las tormentas que se avecinen.
Como lo hemos dicho es necesario ponernos en camino, el de la fe, y para ello tenemos su Palabra, aquí llegamos a la finalidad, el “para qué” se escribieron los Evangelios, esa conclusión tan hermosa de San Juan 20,31: “… para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”. La vida que Él mismo nos trae, nos ofrece, nos regala; la vida eterna, en plenitud, sin límites, como su amor.
El libro del Apocalipsis nos regala también esas palabras tan hermosas del Cordero, Cristo glorificado: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno”.
La experiencia del Resucitado en nuestra vida nos lleve a vencer nuestros miedos, abrir las puertas, crecer en la conexion con el mundo, sin ser del mundo, ser allí semillas de su Reino, anunciar su amor, su misericordia, su salvación, ser sus testigos, vivir con esa conciencia que somos pecadores perdonados, por el regalo del Espíritu y una conversión permanente, porque es el camino del cristiano.
Esta cincuentena pascual nos renueve espiritualmente para que siempre, con una fe viva y operante en Jesucristo salgamos al encuentro de tormentas y miedos y en Él venceremos. Amén.
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Miguel Angel Cortes
Lectura del Santo Evangelio según San Juan
Juan 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.