REFLEXIONES
Mayo 04 de 2025 III Domingo de Pascua Ciclo C
Lecturas del día
- Hechos 5, 27b-32, 40b-41
- Salmo 29, 2 y 4.5 y6. 11 y 12a y 13b
- Apocalípsis 5, 11-14
- Juan 21, 1-19
Saludo fraterno, familia y amigos.
El Evangelio que nos presenta la liturgia en este tercer domingo de Pascua me parece un relato hermoso que combina varios elementos de la vida, no solo de los Apóstoles sino también de cada creyente, así como dos situaciones: la reacción ante el “fracaso” de Jesús y la experiencia del Resucitado que lo cambia todo para siempre.
Pedro, les dice a otros seis discípulos: “Me voy a pescar” (Jn 21,3); algo absolutamente diferente en la vida de los pescadores a quienes Jesús llamó y la realidad de pescar a partir de la Resurrección. Para Pedro, el pescador, todo había terminado; el Maestro con el que habían compartido la vida durante unos tres años lo han asesinado.
El proyecto del Reino de Dios al que un día un hombre de Nazareth lo había invitado, el anuncio de las bienaventuranzas al mundo entero, el trabajar por la vida verdadera en el corazón de los hombres, la buena nueva de la infinita misericordia de Dios por los hombres, la alegria por la presencia de Dios en medio de su pueblo; todo quedo allí, en una cruz, todo terminó.
Ahora, ¿qué hago? Hay que pasar la página. Regreso a lo que hacía, regreso a lo que me definía, regreso a aquello que hacía dentro del pueblo: Pescar. Los otros seis quizás sienten lo mismo y se unen a la decisión de Pedro: “Vamos también nosotros contigo” (Jn 21,3).
Intentaron toda la noche, fue en vano. Nada consiguieron. Aquel amanecer, un desconocido les pregunta por el producido de aquel esfuerzo, con una respuesta negativa. Luego viene la indicación de volver a echar la red y la promesa de encontrar el fruto de su trabajo. Obedecieron y no tenían fuerzas para contener ni sacar tal cantidad de peces; es el discípulo que Jesús tanto ama quien lo reconoce: ¡“Es el Señor”!
En la orilla, nuevamente comparten con Jesús, en el silencio, sin preguntar quién era porque ahora bien sabían que era el Señor, Resucitado! Ahora es la certeza de la presencia para siempre, ahora es el gozo de la alegría del Espíritu, el que creíamos muerto ha resucitado y vive por los siglos. Lo que Pedro pensó había terminado no era sino la antesala para el verdadero comienzo de ese proyecto al que fue invitado, ahora el anuncio de las bienenturanzas esta lanzado al mundo entero, la vida verdadera en el corazón de los hombres será una realidad para todo aquel que responda a su llamada con un corazón abierto al Hijo de Dios, a la fe y a su Palabra; la presencia de Dios en el corazón de los hombres y en medio de su pueblo ya no podrá ser aniquilada porque Él mismo ha destruido el poder de la muerte.
Ahora, es el verdadero comienzo, el Resucitado lo cambia todo y lo hace en una perspectiva de futuro, de vida, de esperanza, de alegría; la vida en plenitud del Resucitado iluminará ahora y para siempre toda realidad de vida por fallida que parezca, redimirá cualquier situación del hombre abierto a la salvación por el amor.
La pesca ahora es el sacar hombres del mal, rescatarlos del pecado, indicarles el camino de la verdad, de la vida, del amor, invitarlos al Reino eterno, solo en Jesús Resucitado esa obra da frutos que abarcan al mundo entero, solo en Jesús Resucitado tiene sentido!
Pidamos a Dios nos conceda la gracia renovada de experimentar a Cristo resucitado en nuestra vida, pues Él también quiere venir a la orilla de nuestra vida y regalarnos el gozo de su presencia, de su vida verdadera para nuestro corazón; la abundancia de la pesca será el signo de su presencia real, indudable y también nuestro corazón podrá reconocerlo y anunciar con inmensa alegría: “Es el Señor”. Amén.
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Miguel Angel Cortes
Lectura del Santo Evangelio según San Juan
Juan 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.