A veces pensamos que la fiesta de Pentecostés se inicia con la venida del Espíritu Santo, no! Era una fiesta agrícola en el calendario de Israel, por ello la lectura nos dice que “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés” (Hechos 2,1); es decir, se celebraba esa fiesta judía y allí, todos reunidos, se da la efusión del Espíritu y ha pasado a tener el significado y contenido que tiene para nosotros hoy.

Como otros temas de la revelación bíblica y de la historia de la salvación, es inabarcable; atraviesa toda la Escritura; recordemos que desde el Génesis aparece que “…el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (Genesis 1,2), y se da el acto creador.

En el misterio pascual de Cristo acontece la nueva creación, también como obra y don del Espíritu de Dios. En el Evangelio de San Juan, el regalo del Espíritu está asociado a la Resurrección de Cristo o viceversa. Pero este regalo podemos desglosarlo en algunos puntos, entre otros:

1. Es el comienzo de la vida de la Iglesia, dado en orden a la misión.
2. El Espíritu es dado también para la construcción de la Iglesia y el bien común.
3. Es el regalo de Cristo a los suyos para el perdón de los pecados, junto al don de la paz; y la alegría (como consecuencia).

Podemos pensar que el regalo del Espíritu está en aboluta dinámica de salida, de proyección al mundo, del anuncio del Evangelio; la llamada a todos los hombres a la conversión para el perdón de los pecados. La nueva creación, un cambio, una transformación moral.

Es una tarea permanente del cristiano discernir cómo llevar a la práctica esta realidad del bautizado. La redención que quiere implantarse en el día a día y actuar del hombre; ya redimidos tenemos la tarea de actuar bajo la acción  y guía del Espíritu; el compromiso por la vida, buscar la justicia, el bien común, el amor a los demás como a sí mismos; buscar el desarrollo de los dones que Dios nos ha regalado, construir toda la realidad guiados por los valores del Evangelio y de su Reino; es la nueva creación en el corazon del bautizado.   Por ello la llamada de San Pablo en otro texto a buscar los bienes de arriba y no los de la tierra, es decir, buscar una vivencia de acuerdo a los bienes celestiales y no dejarnos llevar por realidades terrenas como la rabia, el rencor, el odio, los deseos de venganza, el orgullo, el egoismo, la incredulidad, etc.

A la luz de estas lecturas, tenemos un criterio para discernir entonces la acción del Espíritu: es para la construcción de la comunidad y para el bien común, el bien de todos. Si aparece un don del Espíritu, pero es para manipular a otros, o por deseos de poder o intereses económicos, entonces podemos dudar que sea realmente don de Dios.

Dios nos conceda la gracia de crecer según su Espíritu; la nueva creación se vaya dando más y más en nuestra vida; las relaciones sociales, familiares, laborales, se vayan transformando hacia una progresiva humanización; el anuncio de su Palabra sea realmente para libertar al hombre, no solo socialmente, sino tambien libertarlo de sus encierros y sus miedos; que el amor de Dios nos lleve a servir y amar como Jesús nos lo enseñó con su vida. Amén

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Miguel Angel Cortes