REFLEXIONES

Febrero 9 de 2025 V Domingo del Tiempo Ordinario (T.O.) Ciclo C

Saludo fraterno, familia y amigos.

Las lecturas de este domingo como muchos otros me parecen apasionantes y llenas de elementos en torno al seguimiento de Nuestro Senor Jesucristo. Nos detendremos solamente en dos puntos.

 

La 1ª. lectura ha llegado a ser como el “proto-tipo”, el “modelo” de encuentro del hombre con Dios. Tanto en la primera lectura como en el Evangelio, el hombre ante la presencia de Dios simplemente descubre la verdad de sí mismo, quién es en realidad; el hombre descubre su pequeñez, su nada ante Él. Por ello la respuesta tanto de Isaías en la 1ª. lectura como Pedro en el Evangelio:  

 

  • “¡Ay de mí!, estoy perdido,

porque soy un hombre de labios impuros,

que habito en medio de un pueblo de labios impuros,

porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.

 

  • “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”; respectivamente.

 

Muchas veces pensamos que ante la llamada de Dios somos indignos e incluso muchas veces escuché frases de autocastigo ante esa misión a la que Dios nos invita. Mi pregunta era una sola: ¿Quién de nosotros es digno? Es Dios quien nos purifica, nos dignifica, nos santifica; su poder nos habilita para la misión a la que Él nos invita; es la gracia y el don de Dios el que hace posible la respuesta generosa de quien es llamado; es Jesús quien nos levanta, como a Pedro y nos envía.

 

Dios nos llama a todos, porque a todos nos ama. Él nos conoce, nos purifica y nos envía. Démosle gracias por la misión a la que nos invita, Él nos renueve siempre con su gracia para que por su misericordia podamos dar esa respuesta generosa, como Isaías, como los apóstoles:

 

  • “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.

 

  • “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Amén.

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Miguel Angel Cortes 

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas

Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.